Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

Cuando Isabel vino al mundo en 1451 nadie podía prever la trascendencia que esa niña tendría en nuestra historia. Nada indicaba que pudiese acceder un día al trono castellano, pues su padre, Juan II, ya había tenido un hijo en su primer matrimonio, Enrique, que ya había sido nombrado príncipe de Asturias. Además, cuando Isabel contaba con dos años de edad nació otro hermano, Alfonso, que también le precedería en el orden sucesorio. La infancia de Isabel no fue sencilla. Su padre murió cuando ella tenía tan solo tres años y, aunque había dispuesto en su testamento una dotación económica para la reina y sus hijos, esta decisión fue incumplida por Enrique IV cuando accedió al trono. Isabel junto con su madre y su hermano fueron a vivir a Arévalo, donde tuvo que afrontar la débil salud de su madre, que se tornó aún más quebradiza al enviudar, pues se complicó con una degenerativa enfermedad mental. A pesar de no disfrutar de una óptima posición económica, al menos sí pudo gozar de una esmerada formación y de unas buenas amistades, entre las que destacaron Beatriz de Silva y Beatriz de Bobadilla.

Desde su infancia ya mostró una notable inteligencia e intuición, aunque probablemente una de las características más destacadas de su personalidad fue su profunda espiritualidad, que condicionó algunas de las decisiones más relevantes que adoptó a lo largo de su vida. La austera y tranquila vida de Isabel alejada de la Corte cambió radicalmente en 1461, cuando se conoció que la segunda esposa de Enrique IV, Juana de Portugal, estaba embarazada. Pronto se promovieron dudas en torno a la capacidad procreadora del rey, lo cual empezaba a fomentar la semilla de peligrosas conspiraciones. Ante esta situación, la reina Juana hizo traer a Alfonso e Isabel a la Corte para tenerlos controlados e intentar asegurar así los derechos dinásticos de la princesa que acababa de nacer, que se llamó Juana, como su madre.

Los nobles rebeldes encabezados por el marqués de Villena, basándose en las dudas planteadas sobre la auténtica paternidad de la princesa Juana, proclamaron sucesor de Enrique IV a su hermanastro Alfonso. Para acabar con la rebelión, el marqués de Villena propuso casar a su hermano, Pedro Girón, maestre de Calatrava, con Isabel, pero Pedro murió en extrañas circunstancias en Villarrubia de los Ojos, lo cual supuso un alivio para Isabel, pues no aceptaba ese matrimonio. Otra de las fórmulas planteadas para finalizar el conflicto fue acordar el matrimonio entre el infante Alfonso y la princesa Juana, pero al morir Alfonso en julio de 1468 esta solución dejaba de ser viable y con ello Isabel aparecía en el primer plano del protagonismo político.

En septiembre de 1468 se firmaba la Concordia de Guisando por la que Enrique IV reconocía a su hermanastra Isabel como legítima heredera, pero establecía la condición de que debía autorizar su futuro matrimonio. Isabel no atendió esta obligación y sin contar con el visto bueno de su hermanastro se casó en secreto en 1469 con Fernando, heredero de la corona de Aragón. Aunque Enrique IV, animado por el marqués de Villena, intentó revocar el acuerdo de Guisando, no logró hacer efectiva esta revocación pues Isabel y Fernando ya contaban con el apoyo de importantes territorios de la corona castellana como Vizcaya y Asturias. De este modo, cuando Enrique IV falleció en 1474 Isabel accedió al trono castellano, aunque tuvo que hacer frente a una nueva guerra civil, en la que los enemigos de Isabel fueron apoyados por Alfonso V de Portugal, que defendía los derechos de su sobrina Juana. Finalmente, por el Tratado de Alcaçovas (1479) Isabel era reconocida como reina de Castilla.

Izq.: La Virgen de los Reyes Católicos, pintada entre 1491 y 1493. A la derecha de la Virgen María, el rey Fernando II de Aragón y el príncipe de Asturias, Juan de Aragón (con el inquisidor); a la izquierda, la reina Isabel I de Castilla, con la infanta Isabel. De pie, se hallan santo Tomás de Aquino, sosteniendo a la Iglesia, y santo Domingo de Guzmán, con un libro y una palma. Centro: Cristóbal Colón ante los Reyes Católicos en Barcelona. Dcha.: Hernán Pérez del Pulgar presenta a Isabel la Católica el documento de entrega de Granada.

A partir de ese momento Isabel y su esposo Fernando diseñaron un ambicioso programa político que perseguía la consolidación institucional de la monarquía, un ordenamiento jurídico más preciso, unas finanzas más saneadas y una renovación religiosa que propiciara el fortalecimiento de la fe cristiana a través de la reforma de la Inquisición, la expulsión de los judíos y la toma de Granada para lograr la pretendida unidad religiosa en el reino. La experiencia de la guerra granadina también propició la consolidación de la monarquía al favorecer la creación de un ejército real, lo cual facilitó la supresión de los maestrazgos de la Órdenes Militares, que fueron asumidos por el rey.

Tras la toma de Granada, Isabel reactivó el proyecto de viajar a las Indias por el oeste, iniciativa que acabaría condicionando el devenir de la Historia al dar lugar al descubrimiento de América. Los últimos años de la vida de Isabel estuvieron marcados por algunas desgracias familiares, como la muerte de su primogénita Isabel y la de su único hijo varón, Juan, que afectaron a su salud. Poco antes de morir en noviembre de 1504 redactó su testamento en el que, entre otras importantes disposiciones, establecía el reconocimiento de los derechos de los habitantes de las tierras recién descubiertas. La trascendencia de los acontecimientos desarrollados a lo largo de su vida es tan grande que resulta una osadía intentar resumirlos en dos páginas, por ello queremos que estas breves pinceladas de los aspectos más destacados de su trayectoria vital sirvan de homenaje al legado de uno de los personajes más importantes de la Historia Universal.