La alfarería en nuestra comarca ha dependido principalmente de la producción en localidades y su comercio en enclaves más o menos próximos. A partir del siglo XIX eran muy reconocidas las tinajas de El Toboso (Toledo), Villarrobledo (Albacete) y La Solana (Ciudad Real), los cántaros de Mota del Cuervo (Cuenca), las ollas de Castellar de Santiago (Ciudad Real) o la loza de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real).

Desde el siglo XIX nos encontramos con una saga familiar de alfareros cuya actividad ha sido fundamental para el abastecimiento durante décadas de la producción cerámica en toda nuestra comarca. Se trata de la familia Peño, asentada en la localidad de Villafranca de los Caballeros.

Izq.: Gregorio Peño González, trabajando en el alfar. Centro: Pedro Peño Gómez, segunda generación. Dcha.: Toda la familia, arrimando el hombro.

Estudiar la evolución histórica de la actividad artesana de la familia Peño es, por extensión, una radiografía de la sociedad del momento vista desde la actividad alfarera. Así con el inicio de la saga, en el último cuarto del siglo XIX, la producción cerámica que se demandaba quedaba centrada en un utilitarismo tradicional con objetos necesarios para el desarrollo de la actividad agrícola, sobre todo los cangilones o alcahúces. Según la tradición familiar de los Peño, el precursor de esta dinastía alfarera fue Eugenio Peño Rico, (nacido en 1857). Aparece en el censo de actividades de su localidad natal como titular de la actividad alfarera y era conocido por el apodo de “el suavico” como muestra de su carácter sosegado y tranquilo. Falleció en 1941. El origen del primer alfar tiene así cerca de 150 años.

Iniciado el siglo XX la producción se va diversificando y además de los cangilones, se lleva a mercados locales vecinos cantarillas, ollas, se empiezan a realizar las primeras hornadas de vidriado e, incluso, con Pedro Peño Gómez se inicia una producción de artículos de carácter más lúdico: un gallo para uso doméstico de aceite y vinagre, regaderas, cantimploras pequeñas para uso de los chavales… Y a lo largo de décadas se amplía el repertorio alfarero incluyendo botijas con un sello inconfundible, grilleras, tuberías de agua, alcancías, vinajeras, palmatorias… Pedro Peño nació el 13 de mayo de 1891 y dejó el oficio en 1961, falleciendo el 14 de agosto de 1976.

La naturaleza del trabajo en el alfar era muy dura: había que preparar y trasegar mucha leña en un pueblo que no tiene monte, tenían que recoger sarmientos de viñas lejanas, aprovechar carrizo, algunas veces ir a la sierra de Herencia a hacer acopio de esa leña o, incluso serrín y desperdicios de las carpinterías; había que recoger el barro y decantarlo; las hornadas, en horno abierto, estaban sometidas a los avatares del tiempo y luego había que vender el producto en mercados próximos y no tan próximos con el transporte que ofrecía cada época.

Con Gregorio Peño González, el siguiente alfarero de la saga se lleva a cabo la transformación del alfar manteniendo la producción tradicional y adaptándose a los cambios que ha ido marcando la sociedad. Por su actividad era conocido como “el cangilonero” y acometió la tarea de mantener su fabricación tradicional mientras encaraba el futuro con nuevas producciones acopladas a las necesidades de nuevas épocas. Gregorio nació en Villafranca el 24 de mayo de 1924 y falleció el 16 de diciembre de 1992.

Izq.: Gregorio y sus 3 hijos (Gregorio, Ángel y Adrián), herederos de la tradición familiar alfarera. Centro: Tradición alfarera enseñada de padres a hijos. Dcha.: el escultor Goyo Peño, quinta generación. 

Y a partir de aquí la tradición heredada por Gregorio es transmitida a sus hijos; Gregorio, Ángel y Adrián. Sin ir a alguna academia de dibujo (aunque en la escuela siempre destacaron en el mismo) fueron dando forma a su vocación. De ello, de la labor de los nuevos jóvenes, el investigador Rafael Mazuecos se hizo eco alabando las virtudes de la nueva generación alfarera: “Estos mozalbetes son una esperanza, fundada en los objetos de arte y adorno que construyen, que no son promesa vana, sino realidad palpable, y merecen el apoyo que necesitan para incorporarse a las escuelas oficiales de cerámica, donde adquieran la formación adecuada para darle a su arte la gloria y el provecho posibles. Gregorio y Ángel aprendieron también pronto el oficio (entre los 10-12 años) este último por necesidad apremiante, tras una enfermedad del padre y la ausencia de sus hermanos. El último en entrar en el oficio fue Adrián que vino de la rama del comercio”.
Los recuerdos de los hermanos Peño darían para varios libros mostrando episodios exquisitos rememorando sucesos e incidencias en toda la geografía comarcal y nacional que deberían no ser olvidados. Además, si hay algo que ha caracterizado a la nueva generación de los Peño es la consolidación de nuevas líneas de creatividad; sin duda el saber adaptarse a los nuevos tiempos es la virtud principal que han tenido estos hermanos.

La alfarería actual se distingue por su gran versatilidad dentro de la artesanía cerámica, pudiéndose encontrar en esta desde las piezas más tradicionales como las botijas, caracolas, grilleras…a piezas de nueva creación como las espectaculares piezas de torno de Ángel Peño, los platos y placas de Adrián Peño y las figuras caricaturizadas y esculturas de gran formato de Gregorio Peño.
Como último eslabón de esta saga alfarera tenemos a Gregorio Peño Velasco (nacido en 1983), hijo de Gregorio y María del Pilar, y que a partir de su conocimiento familiar de la artesanía tradicional ha desarrollado su actividad con el perfeccionamiento de diferentes y novedosas técnicas, habiendo recibido numerosos premios y galardones en diversos certámenes artísticos a nivel nacional e internacional.

Texto: Ángel S. Martín-Fontecha Guijarro
Fotos: Alfarería Peño