Encontramos cada vez más asiduamente en prensa oral y escrita voces que no se conforman con la pérdida paulatina del Patrimonio, material e inmaterial. Hace un año escaso leíamos cómo el Estado Islámico destruía, por ejemplo, tres ciudades en pocas horas: Dur Sharrukin, una de las capitales asirias, un día antes Hatra, fundada en el 200 a. C., capital del antiguo Imperio Parto y horas antes arrasó la bíblica Mimrud. Unos días antes, el 26 de febrero de 2015, a golpe de martillo y de taladro, las piezas del Museo de Mosul que aún quedaban en pie fueron sus víctimas.
Repasando la historia encontramos aberraciones semejantes contra la humanidad en todos los siglos, con un ejército victorioso, una guerrilla rebelde, un gobierno dictatorial, un país inculto e insensible que “elimina” irreversiblemente nuestro patrimonio, la historia la debemos de aprender para andar con paso firme y procurar un horizonte de futuro, no sólo acabando así con un bien concreto, sino que es al propio hombre al que se le priva de un conocimiento que supone, sin duda, su progreso ante un mundo que no para de evolucionar hacia no sabemos dónde, a veces a una velocidad vertiginosa y, otras veces, de forma tan pausada que sorprenden por impropias del siglo en el que estamos. Y casi siempre despreocupándonos de la protección y salvaguarda de nuestro patrimonio, bien sean cultural, natural, científico… y, sobre todo, humano, precisamente por una supina ignorancia y una arrogante soberbia que nos aleja de la humildad de reconocer cuáles son nuestros verdaderos tesoros. Hay quien afirma que «no se puede proteger lo que no se conoce», y no está exento de razón. Arte, belleza, ha sido y es herramienta de la religión para mostrar su mensaje, brindando una oportunidad para hablar de tú a tú a la inteligencia y a la sensibilidad de las personas, sean o no creyentes.
Así, esa obra de arte nacida del manantial transparente y fecundo de la fe, de gubias y pinceles sabiamente llevados por la mano de la esperanza y de Amor, de forma nada casual, nos hace posible encontrar el camino hacia belleza invisible, aquella que sólo es posible percibirla desde el prisma que la engendra y que no es otro sino la devoción y la fe.
La historia del arte religioso español, su patrimonio, ha estado repleta de obras excepcionales que no sólo han servido para conocer lo que es el síndrome de Sthendal sino para que descubramos la imagen real, lo que hay detrás del símbolo, evangelizando de una forma rápida y didáctica. Y no sólo las grandes piezas, sino hasta las imágenes de taller producen este efecto pues los ojos que miran son los de la fe. Por esta razón, la conservación de este patrimonio ha de ser defendida con mayor radicalidad.
Las Cofradías y Hermandades de Semana Santa gozan actualmente de notable pujanza y deben administrar un rico legado que nuestros mayores nos han trasladado. Herencia que se asienta sobre robustos pilares: Fe, familia que siente y vive como propias las antiguas tradiciones y caridad que se apoya en la justicia y la supera. Bienes de los que cofradías y hermandades no son dueños en el estricto significado de la palabra si no entienden el esfuerzo que significó la creación de este patrimonio por los que nos antecedieron en sus listas, en sus responsabilidades. Patrimonio que debe custodiarse y defenderse como el mayor tesoro, pues en realidad lo es al albergar en él nuestra alma.
Tesoro que ha ido aumentando en pasados tiempos cercanos cuando los recursos económicos llovían cual maná y se estrenaban imágenes y pasos por toda nuestra geografía, de insignes imagineros… Emergían hermandades casi de la nada y otras desde el mismo ostracismo… y hasta aquí, todo bien, pero… comenzó a no bastar con reformar pasos, había que llevar a almacenes andas, imágenes, enseres… de todo tipo, y estrenar sin medida.
Este patrimonio, el heredado y el nuevo, demanda constante mantenimiento. Hay que defender y aplaudir las difíciles decisiones de cofradías y hermandades cuando acometen de forma correcta, encargando a profesionales, la restauración del patrimonio, situándolo en la consideración que merece pues representa el esfuerzo de muchos de nuestros antepasados, la cultura y el arte de determinadas épocas y, sobre todo, el símbolo que ha movido a la Fe de muchas personas, sabiendo que su mayor obligación aunque no sea la que más aplausos provoque, es mejorar y mantener el legado patrimonial, material y devocional, para que las generaciones siguientes lo puedan seguir teniendo en valor y preservando, sobre todo, las huellas de la devoción, esa pátina que da sólo el tiempo y el aire de cada lugar que fija a la imagen, la cera de las súplicas, los besos de agradecimiento, las oraciones.