Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

El 29 de diciembre de 1874 con el pronunciamiento del general Martínez Campos finalizaba el Sexenio Democrático y daba inicio una nueva etapa conocida como Restauración borbónica, al retornar esta dinastía a la Jefatura del Estado en la persona de Alfonso XII. Este proceso fue organizado por Cánovas del Castillo, que contó con el apoyo de buena parte del ejército y de la burguesía moderada, quedando, de nuevo, las masas populares al margen. La burguesía “agraria”, que contaba con fuertes intereses y propiedades en nuestra provincia, estaba muy interesada en acabar con el paréntesis revolucionario y volver al “orden” para que sus negocios no se resintieran.

La base del sistema de la Restauración fue la Constitución de 1876. En un primer momento, se instauró el sufragio censitario, por el que sólo tenía derecho al voto un porcentaje muy reducido de la población, así, en 1887 sólo podían votar unas 13.000 personas de una población total de unos 280.000 habitantes en nuestra provincia. Con la Ley Electoral de 1890 se implantó el sufragio universal masculino, lo que permitió aumentar notablemente el número de electores. Por ejemplo, el censo de 1911 superaba los 92.000 electores. El modelo diseñado por Cánovas del Castillo se basaba en la alternancia pacífica y “pactada” entre los dos principales partidos, Conservador y Liberal, lo cual se logró a través de un sistema corrupto, conocido como “caciquismo”, que en territorios como nuestra provincia fue más sencillo desarrollar por las características económicas y sociológicas de sus habitantes.

De izquierda a derecha, general Martínez Campos, rey Alfonso XII y Cánovas del Castillo, los tres protagonistas de la restauración borbónica.

En este sentido, es preciso recordar que hacia 1900 el índice de analfabetismo entre los varones de nuestra provincia se situaba en torno al 70%, llegando al 85% en el caso de las mujeres. Tomando como referencia los datos aportados por el censo electoral de 1887, se puede afirmar que en esa fecha en toda nuestra provincia tan solo unos 650 varones tenían un nivel de estudios igual o superior al de bachiller, que, en la mayor parte de nuestros pueblos, correspondían al sacerdote, al maestro y al médico; en las localidades más importantes se podían añadir en el apartado de formación superior, sobre todo, abogados y farmacéuticos.

Si centramos nuestra atención únicamente en el caso de los electores, resulta muy elocuente comprobar que, según el censo de 1911, en cinco de los seis distritos electorales de nuestra provincia (Alcázar, Almadén, Almagro, Daimiel e Infantes) el porcentaje de electores analfabetos superaba el 50%, siendo Ciudad Real el único distrito que se situaba por debajo de este porcentaje, aunque los analfabetos suponían el 42%. Si analizamos las ocupaciones de los electores, según el censo de 1911 en todos los distritos más del 70% lo representaban jornaleros, labradores, ganaderos y pastores, lo cual resulta lógico en un territorio que en esas fechas se caracterizaba por el casi exclusivo protagonismo del sector primario. En este sentido, resulta muy elocuente que en ningún distrito el porcentaje de electores correspondiente al grupo de “industriales” llegaba al 1% y en el caso de profesionales liberales, solo en el distrito de Ciudad Real superaba el 2%.

Hacia 1900 el índice de analfabetismo entre los varones de nuestra provincia se situaba en torno al 70%, llegando al 85% en el caso de las mujeres (izquierda). En La Mancha la población creció notablemente gracias a la expansión del viñedo (derecha).

A pesar de estar anclada en una economía atrasada, que se basaba en un sector agrario poco innovador, la provincia de Ciudad Real experimentó un notable crecimiento demográfico a lo largo del período de la Restauración, pasando de 259.000 habitantes en 1877 a 426.000 en 1920. En esta favorable tendencia demográfica influyeron básicamente dos hechos. Por un lado, la considerable expansión que experimentó el viñedo, sobre todo en la zona de La Mancha, favorecido por la crisis del viñedo francés como consecuencia de la filoxera, lo que contribuyó, no solo a fijar la población, sino a que ésta aumentara de forma notable, especialmente en algunos núcleos como Alcázar de San Juan, Campo de Criptana, Tomelloso, Daimiel, Manzanares, La Solana y Valdepeñas. Por otro lado, hay que comentar el incremento poblacional de dos zonas mineras: Almadén y, sobre todo, Puertollano que pasó de contar con unos 3.500 habitantes en 1877 a alcanzar una población de 20.000 en 1920. En el resto del territorio provincial la tendencia predominante fue un estancamiento o, incluso, descenso de la población, a excepción de tres localidades que presentaban cierto dinamismo como Almodóvar del campo, Villanueva de los Infantes y la capital provincial.