Rafael era el presidente del Córdoba Club de Fútbol y el 2 de junio de 1968 se encontraba en Puertollano, donde su equipo iba a disputar un encuentro vital en la eliminatoria que debía decidir si el Córdoba permanecía en Primera División o el Calvo Sotelo lograba su ansiado ascenso. En el partido de ida celebrado en el estadio cordobés de El Arcángel el Córdoba había obtenido un buen resultado, pero los nervios de Rafael iban en aumento conforme se acercaba la hora fijada para el partido, por ello decidió pasear por la localidad minera y así conocer algunos de sus atractivos.
Cuando llevaba andando un buen rato el calor ya empezaba a dejarse notar y por ello se acercó a una fuente para saciar su sed. Cuando tomó un primer trago se quedó muy sorprendido por el sabor metálico del agua, pero, tras la sorpresa inicial, le resultó curioso comprobar cómo bastante gente se acercaba a esa fuente a llenar sus garrafas y botellas que en muchos casos presentaban una característica pátina de óxido. La casualidad hizo que allí coincidiera con el presidente del Calvo Sotelo que se ofreció a acompañarle a visitar la Iglesia de la Asunción, para que pudiera conocer uno de los elementos patrimoniales más destacados de la ciudad.
La iglesia se encontraba situada sobre una pequeña elevación desde la que se podía contemplar buena parte de la localidad. Diversas informaciones señalaban que ya en el siglo XIII se había realizado una primera iglesia, pero el edificio que en esos momentos contemplaba Rafael se había empezado a construir a comienzos del siglo XVI, aunque por los distintos tipos de aparejo empleados y que se podían apreciar desde el exterior era evidente que la edificación había pasado por diversas fases constructivas y que, además, habían sido necesarias algunas reparaciones a lo largo del siglo XVII. Para la construcción de este templo se había empleado básicamente mampostería aglutinada con argamasa, aunque también se habían empleado sillares en las esquinas y los contrafuertes para reforzar estas zonas.
Aunque el templo contaba con tres puertas de acceso, realmente dos de ellas resultaban dignas de ser admiradas. Rafael accedió a la iglesia por la puerta del mediodía, que estaba fechada en 1574 y que presentaba dos cuerpos: el inferior constituido por un arco de medio punto entre dos columnas corintias y el superior que contaba con una hornacina que parecía estar protegida por animales fantásticos a ambos lados y sobre la que se situaba un medallón que acogía un relieve de Dios Padre. Al entrar en el templo Rafael se quedó impresionado por sus grandes dimensiones, pues ofrecía una planta basilical de unos 50 metros de largo por unos 12 de ancho. Este espacio interior estaba dividido en cuatro tramos que se cubrían con bóveda de crucería. Los arcos más próximos a los pies del templo eran apuntados, mientras que los situados hacia la cabecera eran prácticamente de medio punto. Se podía constatar que la iglesia había sufrido importantes remodelaciones, en gran parte vinculadas con dos graves incendios que padeció durante la Primera Guerra Carlista y en la Guerra Civil. Tras visitar las capillas de los Dolores y de la Inmaculada, Rafael salió por la puerta de la umbría, fechada en 1562 y también constituida por dos cuerpos, el inferior con un arco de medio punto flanqueado por columnas corintias, y el superior con un frontón curvo en el que aparecían las alegorías de la Fe y la Fortaleza, a las que Rafael se encomendó para que su equipo lograra mantenerse en Primera División.