Si el mes pasado visitábamos el monasterio de Yuste, en la provincia de Cáceres, en esta ocasión lo haremos con otra de las joyas de la misma provincia, en esta ocasión mucho más conocida y espectacular. Nos referimos al monasterio de Guadalupe, situado en la localidad del mismo nombre. A primera vista, más que un monasterio parece una gran fortificación que destaca en la serranía de la comarca de las Valluercas, en los límites de la provincia de Cáceres con la de Toledo, la cual, además, es en la actualidad una etapa de la conocida como Ruta de Isabel la Católica en Extremadura.

Sobre sus orígenes se dice que a finales del siglo XIII, en los márgenes del río Guadalupe, se descubrió una imagen de la Virgen, la cual en el siglo VIII había sido ocultada ante la invasión de los musulmanes. Eso llevó a construir una ermita, y en 1340 el rey Alfonso XI otorgó terrenos a las gentes que se habían instalado junto a la misma, lo cual fue el germen de la citada puebla de Guadalupe. Años después, en 1389 fue cuando el rey Juan I concedió a la orden monástica de los Jerónimos la custodia del monasterio, la cual mantuvieron hasta 1835, cuando se produjo la desamortización de Mendizábal. Tras funcionar como una parroquia secular dependiendo de la Archidiócesis de Toledo, en 1908 el monasterio pasó a manos de los franciscanos, comunidad que lo regenta hasta la actualidad.

Durante siglos el monasterio fue protagonista de numerosos hechos históricos como la visita, en 1464, del rey Enrique IV de Castilla junto con la infanta Isabel, futura Isabel la Católica.

Otro hecho histórico tiene relación con Cristóbal Colón, el cual se había encomendado a la Virgen de Guadalupe en su primera expedición a América y, al regreso de la misma, llevó a Guadalupe a dos indígenas los cuales fueron bautizados en una pila bautismal. Ahora puede verse  en la fuente del centro de la plaza que se abre ante la fachada principal del santuario.

En su interior destaca el claustro mudéjar, también conocido como de los Milagros, el cual fue construido a finales del siglo XIV. En este claustro se levanta, además, un bello templete mudéjar.

En sus distintas dependencias encontraremos muestras de diversos estilos arquitectónicos, desde el gótico y el citado mudéjar, hasta el renacentista, barroco y neoclásico.

Tras la desamortización el monasterio quedó casi en ruinas, hasta que en 1908 los franciscanos pasaron a hacerse cargo del mismo y desde entonces el edificio se ha ido recuperando de forma que algunas de las antiguas estancias se han ido convirtiendo en museos, como el impresionante museo de Bordados, con más de 200 piezas realizadas en el propio taller del monasterio, o el museo de los Miniados, o libros de coro, situado en la antigua Sala Capitular que está considerado como uno de los más importantes del mundo.

Un hito muy importante en la historia del Monasterio de Guadalupe fue su declaración por la Unesco, en 1993  como monumento Patrimonio de la Humanidad.

De visita obligada: Trujillo

La visita a Guadalupe puede completarse con un recorrido por la vecina población de Trujillo, el cual se ha convertido en uno de los rincones más visitados de Extremadura. Históricamente Trujillo fue un pueblo que creció alrededor del castillo y dentro de unas murallas, y la zona que ocupa en la actualidad su plaza Mayor eran unos arrabales exteriores a la zona fortificada. A partir del siglo XIV empezaron a construirse las casas con soportales, y con posterioridad, en el siglo XVI, se convirtió en una plaza señorial con edificios palaciegos renacentistas. Trujillo es además la ciudad de dos de los principales conquistadores de América, Francisco Pizarro, quien conquistara Perú, y Francisco de Orellana, descubridor del río Amazonas. Tras su regreso de las Américas, los conquistadores extremeños empezaron a construir palacios que nacían como muestra de ostentación de una nueva clase social recién enriquecida con las expediciones americanas.

Cuando se llega a la plaza Mayor, aparte de sus grandes dimensiones, lo que realmente llama la atención es el encanto histórico del gran conjunto arquitectónico. Lo más recomendable es pasear tranquilamente alrededor de la plaza y terminar sentándose en alguna de las terrazas para, con un café o una cerveza, disfrutar de una de las grandes joyas patrimoniales de Extremadura.