Si todavía ahora, en el siglo XXI, existen las desigualdades entre hombres y mujeres, ¿imaginan en el siglo XIX y XX? De hecho, hasta que a este país no llegó la Democracia, y por poner un simple ejemplo, las mujeres no podían sacar dinero del banco si no tenían autorización del marido o del padre ni tampoco podían viajar sin permiso. No hace tanto de esta situación. Lo malo es cuando lo que no es normal se asume como si lo fuera.
En aquel tiempo, la historia la protagonizaban los hombres. A ellas, por educación, cultura, estatus social, por las propias leyes…se les atribuía otras funciones: principalmente ser buena esposa y madre. Sin embargo, fueron bastantes las mujeres que sobresalieron en medicina, en química, en literatura, en pintura, en filosofía…, que lucharon por sus derechos, aunque fueran desterradas al silencio. Ellas no ocuparon las páginas de los libros, no quedaron inmortalizadas para que no olvidáramos sus logros. Fueron ignoradas, abandonadas en la inexistencia. Si hablamos, por ejemplo, de la Generación del 27, seguro que son muchos los nombres que se vienen a la cabeza: Lorca, Buñuel, Dalí… pero, ¿alguno de mujer? En los libros de texto no estaban incluidas. Pero las hubo, claro que las hubo. Las llamaban “Las Sinsombrero”. Durante décadas y décadas fueron las grandes ausentes. La Dictadura borró sus nombres, sus obras, muchas exiliaron, otras fueron eclipsadas por sus propios maridos, como María Teresa León, esposa de Rafael Alberti, que siempre estuvo a su sombra y cuya biografía escribió José Luis Ferris en 2017 de la mano de la Fundación Lara.
Navegaré en tus pulsos. Dicha inerte/ del silencio total. Ávida muerte/donde renacen, tuyos, mis sentidos. Estos hermosos versos son de Ernestina de Champourcin, otra de las grandes mujeres olvidadas que también destacó en esa generación cultural tan llena de imaginación y brillantez. En los 90 recibió el Premio Príncipe de Asturias haciéndose así algo de justicia, aunque todavía sean muchas las sombras existentes y la necesidad de seguir rescatando del olvido a todas estas mujeres.
Recordemos también a la escritora cartagenera Carmen Conde, quizá más conocida por ser la primera mujer que formó parte de la Real Academia de la Lengua en 1978. ¿Saben cuántas mujeres son miembros de esta respetada institución? Las contamos con los dedos de las manos…y nos sobran.
No olvidemos tampoco a la periodista Carmen de Burgos. Dicen que la primera española corresponsal de guerra y también la primera que recibió un sueldo como redactora. Corrían los primeros años del siglo XX y trabajó para el Diario Universal, dirigido por Augusto Suárez de Figueroa, “culpable” del apodo de la almeriense. Ya en aquel entonces tenía una columna: “Lecturas para mujer”. También colaboró en “El Globo”, donde contó con sus “Notas femeninas”.
Nacida en 1867, no tuvo una vida fácil pese a venir de una familia, digamos, burguesa. Con 16 años se casa con un periodista que le dobla la edad, Arturo Álvarez Bustos, aunque el problema fue su carácter. Una relación más que complicada que la propia Carmen contó en sus escritos y que en lugar de amedrentarse le hizo sacar fuerzas para buscar su propia independencia, por lo que estudió Magisterio obteniendo plaza mediante oposición en esta región: Guadalajara. Fue capaz de hacer lo que casi ninguna mujer hacía en aquel tiempo donde el divorcio no existía: abandonar a su marido y empezar una nueva vida con su hija en Madrid. La “Colombine” encontró de nuevo el amor en Ramón Gómez de la Serna, 20 años más joven que ella.
Aprovechó sus espacios periodísticos para reivindicar y escribir sobre los derechos de la mujer, para denunciar las injusticias y las desigualdades frente a los hombres. En sus artículos y en sus libros como El divorcio en España o La mujer moderna y sus derechos, ¿cómo no iba a defender la posibilidad de empezar una nueva vida una mujer que había sufrido tanto? Ella, como otras mujeres de la época, puso las bases de la futura Ley del divorcio que, en España, no lo olvidemos, no fue aprobada hasta 1981.
El divorcio, sí, y el derecho a votar, como defendió Clara Campoamor; y la derogación de las leyes que impedían a mujeres estudiar determinadas carreras, y la igualdad de todos los derechos civiles, y la igualdad con el hombre también en el código penal… “La mujer aspira a compartir con el hombre obligaciones al mismo tiempo que derechos”, escribió en su libro La mujer moderna y sus derechos. La mayoría de su obra, como la de tantas, fue quemada en ese intento de olvido y silencio. Pero investigadoras como Concepción Núñez han contribuido a recuperar su obra y vida.
Hemos avanzado y mucho. Gracias a esas mujeres valientes -citadas solo algunas- que no se conformaron ni se resignaron. Gracias a ellas, que creyeron en un mundo igualitario entre hombres y mujeres, los pasos dados y alcanzados son incontables. Estamos recogiendo los frutos de sus semillas, pero las cifras hablan y nos cuentan que aún falta para la meta, que hay que seguir para que los sueldos, en trabajos similares, sean también iguales, que las posibilidades de acceder a cargos directivos también sean las mismas, que la conciliación laboral y familiar sea una realidad, que el machismo se siga diluyendo…
Recordemos para seguir avanzando y apostemos por la educación y el respeto para conseguir tan añorada igualdad.