Allá por el año 2000, recién estrenado el nuevo milenio, viajé a Nueva York. En esta ciudad descubrí la existencia de un recurso que en la España de entonces no existía: la school police. ¿De verdad los niños estadounidenses necesitaban una policía propia?
Hace unos días, más de dos décadas después, miren cómo cambian las tornas, entrevisté en la radio al equivalente español de aquello que me parecía tan lejano. Me estoy refiriendo a Carlos Picazo, uno de los pioneros en el campo de los llamados “agentes tutores”, que no son sino miembros de la policía local, pertenecientes a los grupos de menores, y que se encargan de ejercer labores preventivas y acciones directas sobre problemas como la discriminación racial o el acoso escolar, comúnmente conocido como bullying. Déjenme que les cuente algo más sobre el bullying, pues me preocupa, y mucho.
Muy impasible tiene que permanecer uno para no alarmarse con las cifras vigentes: se estima que entre un 15-50 % de los adolescentes españoles han sufrido acoso escolar. Esto es: queridos padres, queridas madres, hay que estar preparado para que nuestros hijos puedan en algún momento de su vida padecer este problema. Por eso es tan importante desvelar algunas claves sobre el mismo.
En primera instancia, hay que recalcar que el bullying implica que el niño o adolescente esté expuesto de manera reiterada a daños físicos y/o psicológicos infligidos por otro u otros cuando va al colegio o al instituto. Para más bemoles, el acoso escolar puede ser presencial (el modelo clásico), pero también no presencial (ojo con las redes sociales). Esto es: el acosado no descansa, no puede apartarse del acosador, pues éste puede invadir su tiempo de ocio, fuera del medio escolar. Para lo cual, y eso se lo pone más difícil a la policía, puede servirse de identidades falsas, y de perfiles ajenos. El bullying no presencial, a su vez, no entiende de los modelos clásicos de acoso, centrados en los niños con particularidades físicas o mentales, o con dificultades de integración social. Puede afectar a cualquier chico o chica. ¿Entienden ahora mi preocupación como padre, como pediatra, como miembro de la sociedad civil?
Por lo tanto, apunten cuándo sospechar que sus hijos pueden estar sufriendo bullying: si ha observado una merma en su rendimiento escolar; si de pronto le cuesta concentrarse, cuando antes no le costaba; si se muestra irritable, triste o ansioso; si le cuesta conciliar el sueño, si tiene pesadillas o sensación de ahogo; si se niega a ir a clase; si se muestra apático y retraído y no quiere juntarse con otros chavales; si le da miedo quedarse solo. Por descontado: saltan aún más las alarmas si le verbaliza que la vida no le interesa, que la vida no le gusta, que prefiere morirse. Es importante, como ven, que desarrollen con sus hijos un clima de diálogo y confianza suficientes. Hecho que no es fácil, pero ¿acaso alguien les dijo que la paternidad, o la maternidad, lo eran? Una vez alguien me comentó, y vaya razón llevaba: a niños grandes, problemas grandes.
Pero centrémonos en las soluciones y en las claves para afrontar el acoso:
1) Siempre hay que considerar que es una incidencia significativa, nunca hay que dejarlo pasar.
2) Los padres debemos saber qué pistas nos ponen sobre aviso. Sepan verlas, pues al principio el niño no les va a decir nada.
3) La intervención ha de ser múltiple: familia, tutor, orientadores, dirección del colegio. También, pueden contar con los agentes tutores y con los trabajadores sociales.